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Por Claudia Wool , 7 de octubre de 2025 | 20:48

Tejiendo sobre ruedas: El mapa de los afectos y la riqueza de las miradas ajenas

  Atención: esta noticia fue publicada hace más de 37 días
Claudia Wool, artista textil y periodista. Vive viajando por el mundo con su familia en una casa rodante.
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Si la bondad es nuestra configuración de fábrica, es la cultura del miedo y la escasez la que nos lleva a cerrarnos. Mi experiencia de casi tres años sobre ruedas es la prueba viva de que podemos rodearnos de generosidad si mantenemos la mente y el corazón abiertos.

Por Claudia Wool *

Una de las preguntas que más me hacen, después de cómo estudia mi hijo de 14 años o cómo se lava (y seca) la ropa en 14m², es si extrañamos nuestra casa en Chile o a nuestros seres queridos. Y claro que extrañamos. Se extraña el espacio de la casa, los asados y fogatas con amigos y familiares, el olor de la lluvia en la Patagonia, las primeras pelusas de nieve que regulan la temperatura. Pero, por encima de todo, se extraña ese tejido invisible y resistente que llamamos vínculo.

Cuando elegimos la vida en movimiento, no solo vendimos muebles, vehículos y plantas; también hicimos la dolorosa maleta de los afectos. Dejamos atrás a la familia de sangre y a la familia elegida, esos amigos que son pilares, que entienden tu código con solo una mirada. Aprender a vivir con esa distancia física es un ejercicio constante de desapego, de cultivar el amor no desde la cercanía cotidiana, sino desde la promesa de un reencuentro y la fidelidad de una videollamada. El amor, aprendí, es el único objeto que no ocupa espacio, pero que más pesa en el corazón.

El Tabú del Extraño: Desactivando la Cultura del Miedo

En Chile, como en muchas otras sociedades, crecimos con una frase grabada a fuego: “No hables con desconocidos”. Esta advertencia, que busca protegernos de la maldad, termina sembrando una cultura del miedo al extraño que, irónicamente, nos empobrece. La sociedad nos enseña a ser desconfiados, a asumir el peor escenario.

Sin embargo, al vivir viajando, la desconfianza es un lujo que no podemos permitirnos. Necesitas ayuda para encontrar agua, para entender una señal o para cargar gas en un idioma desconocido. Y es en esa vulnerabilidad donde descubres una verdad profunda: el ser humano es esencialmente bueno.

La vida nómada es un acto de apertura radical, una apuesta diaria a la bondad que refuta el prejuicio de que "el desconocido" es una amenaza. De hecho, esta experiencia se alinea con investigaciones que sugieren que la ayuda y la empatía son comportamientos innatos.

Estudios pioneros realizados en el Centro de Investigación Infantil de Yale (en Estados Unidos), por ejemplo, han demostrado que los niños, incluso antes de desarrollar completamente el lenguaje, tienen un sentido de moralidad y justicia, y muestran una predisposición a la ayuda espontánea cuando se enfrentan a situaciones de dolor o injusticia en otros. Esta evidencia científica soporta la tesis filosófica de que la bondad es nuestra configuración original; es la sociedad, la escasez o la cultura del miedo lo que nos lleva a malearnos o cerrarnos.

Si bien la maldad existe, también es totalmente cierto que podemos rodearnos de bondad si mantenemos la mente y el corazón abiertos.

Tejiendo una nueva red de afectos

Viajar es, en esencia, abrirte a la posibilidad constante de un nuevo encuentro. Y si el nomadismo me enseñó a transformar un espacio limitado en un lienzo creativo, me ha enseñado aún más a transformar cada encuentro inesperado en una lección de vida.

Mi verdadero descubrimiento en estos casi tres años sobre ruedas no han sido los acantilados de Irlanda o los sitios arqueológicos de Grecia, sino las personas. La vida nómada te obliga a ser permeable. En una gasolinera en Bosnia o en un estacionamiento en Dinamarca, el vecino se convierte en tu consejero logístico, tu fuente de agua, o tu traductor de un idioma imposible.

Hemos conocido a:

  • Una pareja de españoles que viven hace 50 años en Alemania que, además de una grata y larga conversación, nos ofrecieron una vital ayuda y herramientas cuando se nos trabó la puerta trasera de nuestra casa rodante en un pequeño estacionamiento al sur de Bremen.
  • Un viajero solitario y descalzo que había viajado tanto que nos dio estupendos datos mientras conversábamos sobre un gran mapa desplegado en una mesa de camping en el Peloponeso.
  • Un empresario y viajero serbio que nos proporcionó generosamente un lugar seguro donde dormir, electricidad y agua potable. ¡Incluso nos regaló una botella de vino y chocolates serbios!
  • Una familia española con la que convivimos 10 días en Bélgica y que nos enseñó, entre otras cosas, a cocinar la auténtica tortilla de patatas española.
  • La tejedora alemana a la que le regalé un pequeño ovillo de lana patagónica, y que me devolvió un queque casero al día siguiente, demostrando que la diplomacia textil existe.
  • En Escocia conocimos el matrimonio de una brasileña de origen ruso y un español que viajan con Pepito, un loro inteligente y cariñoso, quienes nos han brindado valiosa información acerca de rutas, normativas y seguridad en algunos sitios.
  • Una pareja de chilenos retirados, él médico y ella enfermera, que viven en un velero con sus dos hijos adolescentes en la marina de Barcelona, con quienes compartimos experiencias y risas en cada encuentro.
  • Una pareja de españoles que están juntos hace 20 años y que viven a 500 km de distancia entre ellos pues, necesitan su espacio, y son verdaderamente una pareja feliz. Ellos se han convertido en verdaderos ángeles para nosotros en momentos complejos.
  • Y muchos amigos más que hemos conocido en la ruta y con los que mantenemos comunicación frecuente.

Estos no son contactos; son eslabones de una nueva cadena social. Son pruebas vivas de que, a pesar de las fronteras, la generosidad y la curiosidad son universales.

La riqueza de las miradas ajenas: Otras Formas de Vivir

La lección más profunda de estos encuentros es la expansión de la mente que provocan. Cuando uno vive anclado en su cultura, corre el riesgo de creer que su forma de vivir es la única posible. Pero al conocer a personas de otros continentes que ven la vida con lentes completamente distintos, esa estructura mental se derrumba. El viaje no es solo conocer sitios bellos, sino también sumergirse en la 'antropología' de la vida cotidiana.

La vida nómada nos obligó a soltar lo material, pero, irónicamente, nos empujó a construir una red humana más rica, diversa y esencial. ¿Qué extrañamos de Chile? Los pilares. ¿Qué hemos encontrado en el camino? Los puentes. Y son esos puentes los que nos recuerdan que, sin importar dónde estacionemos nuestra casa de 14m², siempre estaremos en casa en la compañía de un sincero y fuerte vínculo.

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* Claudia Wool es artista textil, periodista y viajera. Síguela en su canal de YouTube @diarioviajero2.0 Si quieres conocer su trabajo creativo, suscríbete a su boletín haciendo CLICK AQUÍ

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