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31 de octubre de 2025 | 08:00

Del ritual al disfraz: la historia ancestral detrás del Halloween moderno

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Antes de convertirse en una noche de dulces y terror, el Halloween fue una celebración espiritual. Desde los rituales prehistóricos hasta las máscaras venecianas y los superhéroes de hoy, el disfraz ha sido una forma de proteger, conectar y transformarse.

Antes de transformarse en una fiesta de dulces y máscaras aterradoras, Halloween fue una celebración profundamente espiritual. Sus raíces —al igual que las del disfraz— se remontan a antiguas tradiciones humanas que usaban la indumentaria para proteger, conectar y trascender.

Según Javiera Fernandoy, académica de Diseño de Vestuario y Textil del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello (UNAB), el acto de cubrir el cuerpo con textiles y ornamentos tiene una historia mucho más antigua que el entretenimiento. “El uso de textiles y ornamentos para cubrir el cuerpo se remonta a la prehistoria, y su propósito responde a funciones prácticas, como protegerlo de los elementos, así como también a funciones simbólicas e identitarias”, explica la académica.

En las culturas prehistóricas, las máscaras, pinturas corporales y pieles de animales eran símbolos de conexión con lo divino. Vestirse como un ser espiritual o animal sagrado era una forma de adquirir su poder o protección.

Teatro, carnavales y liberación

Con el paso del tiempo, la función ritual del disfraz derivó en usos más seculares, como en el teatro de la antigüedad clásica, donde las máscaras permitían representar emociones y arquetipos. “Les permitían a los actores despersonalizarse y representar distintos personajes, mientras que al público le facilitaban identificarse con los ideales que se representaban”, comenta Fernandoy.

Luego, durante los carnavales y fiestas populares europeas, el disfraz se convirtió en una herramienta de liberación y transgresión. Las máscaras ofrecían anonimato y la posibilidad de romper temporalmente las normas sociales. “Al esconder su identidad, las personas se encontraban protegidas ante la mirada juiciosa de la sociedad, pudiendo liberar sus pasiones e instintos más reprimidos”, señala la especialista.

Con la Revolución Industrial, el disfraz se democratizó. Los avances textiles y el surgimiento de una clase media con mayor poder adquisitivo facilitaron su producción masiva. “El siglo XIX y XX marcaron la estandarización y comercialización del disfraz, especialmente con el auge del cine, la televisión y los cómics”, explica Fernandoy.

Empresas como Ben Cooper Inc. o Rubie’s Costume transformaron esta práctica en una industria global ligada al ocio y el consumo.

Halloween y el Día de los Muertos: dos visiones de la muerte

El Halloween moderno tiene sus raíces en la festividad celta de Samhain, que marcaba el fin de la cosecha y el inicio del invierno, cuando “el velo entre el mundo de los vivos y los muertos se hacía más delgado”. Las personas se vestían con pieles y máscaras para ahuyentar a los espíritus. Con el tiempo, y tras la influencia del cristianismo, la tradición se convirtió en una fiesta secular centrada en la infancia y el juego.

Por su parte, el Día de los Muertos, de origen mesoamericano, celebra la vida a través de la memoria. Con altares, flores y ofrendas, las familias rinden homenaje a sus antepasados en una visión más conmemorativa y espiritual. “Mientras en México el Día de los Muertos representa una experiencia comunitaria y ritual de identidad y memoria colectiva, el Halloween estadounidense se centra en la performance individual, donde el disfraz permite explorar identidades tabúes, grotescas o burlescas”, señala Fernandoy.

En ambos casos, el disfraz sigue cumpliendo una función ancestral: conectar al individuo con aquello que teme o desea ser. Desde los animales sagrados hasta los superhéroes, la intención no ha cambiado."El disfraz ha sido siempre un medio para transformar, aunque sea por unas horas, quiénes somos y cómo nos mostramos ante los demás”, concluye Fernandoy.

Así, entre lo sagrado y lo lúdico, el disfraz continúa siendo un espejo de nuestra identidad: un lenguaje visual que atraviesa los siglos y refleja tanto nuestras sombras como nuestros sueños.

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