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Por Claudia Wool , 21 de septiembre de 2025 | 05:00

La sabiduría de las manos: por qué no podemos perder el hilo de nuestros oficios

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Claudia Wool, artista textil y periodista. Vive viajando por el mundo con su familia en una casa rodante.
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¿Hemos olvidado el valor de lo hecho a mano? Reflexiono sobre la sabiduría de los oficios y el poder de unos simples calcetines de lana para sanar el tejido social. Un viaje de Escocia a la Patagonia, donde el trabajo manual es herramienta de bienestar.

Por Claudia Wool *

En una época dominada por lo digital, donde la inmediatez y la virtualidad parecen ser la única moneda de cambio, me pregunto si no estamos perdiendo algo fundamental: el valor de lo que se hace con las manos. 

Hace 2 años, mientras estábamos con mi familia en el norte de Escocia, conocimos a un matrimonio de jubilados locales. Mientras conversábamos y ellos probaban el vino chileno dentro de nuestra casa rodante refugiándonos del frío, mi orgullo de tejedora me llevó a mostrarles los calcetines que había tejido con lana de Magallanes. Ella, con genuina sorpresa, me confesó que consideraba esa prenda un lujo inalcanzable, algo "demasiado costoso". 

En esa parte del planeta, la mano de obra artesanal se paga muy bien, ya que son oficios que lentamente se están perdiendo. Hay una valoración muy potente de lo hecho a mano, lo que eleva el precio del producto a un nivel que, para muchos, está fuera de su presupuesto. A diferencia de lo que ocurre en Chile, donde a menudo se regatea el precio de un producto artesanal, en otros lugares se valora el trabajo y el tiempo invertido. Por eso, muchos de los productos hechos a mano que se venden en algunos países de Europa son elaborados por artesanos de países cuya mano de obra es barata, generalmente en el marco de iniciativas de comercio justo o similares.

Los oficios, desde el tejido y la alfarería hasta la carpintería y la soldadura, no son simples actividades, sino una transmisión de sabiduría. Y esa sabiduría, a diferencia de un reel de Instagram o un tutorial de YouTube, no se asimila a través de una pantalla. Se aprende en el cuerpo, en la repetición de los movimientos, en el tacto de la materia prima. Como señala la neurocientífica Dra. Caroline Leaf en su libro Limpie su cerebro, la repetición de una actividad crea nuevas vías neuronales y fortalece las conexiones sinápticas. De hecho, investigaciones en neurobiología sugieren que el aprendizaje práctico no solo mejora la memoria motora, sino que también estimula la plasticidad cerebral, lo que significa que el cerebro se reorganiza físicamente para integrar esa nueva información. Un carpintero no solo aprende a cortar madera; su cerebro aprende la forma, el peso y la resistencia de la misma, integrando esa experiencia a un nivel celular. No hay nada más efectivo que el conocimiento encarnado para arraigar una habilidad. ¡Es como aprender a andar en bicicleta!

Un regreso a las raíces educativas

Hace unas décadas, la educación en Chile comprendía esto de forma instintiva. En la primera mitad del siglo XX, las escuelas chilenas incorporaron la enseñanza de oficios en sus programas, conscientes de que la formación completa de una persona no podía limitarse a las asignaturas tradicionales. Se valoraba la destreza manual y se reconocía su importancia para el desarrollo personal y profesional ¿Quién de nosotras no tuvo que tejer, bordar o coser alguna prenda en el colegio? Yo sí, y varias.

En la actualidad, este enfoque ha resurgido en otros países. Por ejemplo, en Finlandia, reconocido por su sistema educativo de vanguardia, el currículo de educación básica integra la artesanía y la educación técnica para todos los alumnos, sin distinción de género, promoviendo habilidades manuales, el pensamiento crítico y la resolución de problemas (fuente: Ministerio de Educación y Cultura de Finlandia). En Alemania, la educación dual combina la teoría académica con la formación práctica en empresas, permitiendo a los jóvenes aprender un oficio desde la adolescencia. En el Reino Unido, se ha popularizado el movimiento Forest School, que busca reconectar a los niños con la naturaleza a través de una educación ambiental y sostenible, y que se originó en los países escandinavos en los años 50. La idea de estas "escuelas bosque" se ha expandido por Europa y Norteamérica, y en Chile, aunque su implementación es reciente y aún limitada, se perfila como una tendencia creciente, impulsada por la necesidad de escapar del encierro, las pantallas y la vida urbana, especialmente después de la pandemia.

Un llamado a la equidad de género

Es fundamental que en este rescate de los oficios desterremos las viejas divisiones de género. La idea de que el tejido o la cocina son "cosas de mujeres" y que la carpintería o la soldadura son "oficios de hombres" es una limitación obsoleta y perjudicial. No debemos desmerecer una habilidad por asociarla a un género. Al contrario, todos, sin importar si somos hombres o mujeres, deberíamos saber tejer nuestros propios calcetines, cultivar nuestros alimentos, y ser capaces de reparar un enchufe. Esta visión integral no solo empodera a las personas, sino que también contribuye a una sociedad más equitativa y autosuficiente. La historia está llena de mujeres carpinteras y herreras, y de hombres tejedores y costureros, y es hora de reconocer que la habilidad no tiene género.

Oficios, sostenibilidad y el futuro que construimos

Además de la importancia cultural y personal, el rescate de los oficios se alinea con uno de los principios más urgentes de nuestro tiempo: la sostenibilidad. Esta se define como la capacidad de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades, y se sustenta en tres pilares: el social, el económico y el medioambiental. El sector de la moda, en particular, es uno de los más contaminantes del planeta. Según la Fundación Ellen MacArthur, la industria textil es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono, más que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo combinados.

Aquí es donde entra en juego la huella de carbono, una métrica que cuantifica las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de un producto, persona o actividad. Al comprar una prenda de ropa de un productor local, tejida con lana de la región, estamos reduciendo drásticamente la huella de carbono asociada al transporte de materias primas o productos terminados desde otros continentes. Los oficios y el consumo local son una respuesta directa y poderosa a este desafío global. Unos calcetines tejidos a mano con lana de Magallanes o Chiloé tienen una huella de carbono infinitamente menor que los que han viajado miles de kilómetros para llegar a una tienda en el mall ¡Además son muy calientitos!

El arte textil para sanar el tejido social

En la Patagonia chilena, un grupo de mujeres ha entendido a la perfección esta conexión entre oficios, comunidad y bienestar. Ellas son las fundadoras de Pulso Austral, una organización que nació en Coyhaique en 2019 con el objetivo de "poner en valor las raíces, oficios y saberes locales con énfasis en lo textil". A través de su trabajo, buscan preservar el patrimonio inmaterial de la región, fortalecer el tejido social y promover el bienestar comunitario. Su misión se centra en mujeres, adolescentes e infancias, a quienes consideran "los pilares del cambio y el desarrollo social".

Una de sus iniciativas más notables es el programa "Arte Textil Comunitario", financiado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia. Este proyecto surgió para enfrentar los efectos del aislamiento social que dejó la pandemia, particularmente en la salud mental de jóvenes y adultos mayores. La premisa es simple pero poderosa: generar espacios de encuentro intergeneracional para activar recursos de protección y reparación de la salud mental, especialmente en lugares con acceso limitado a servicios de salud.

Como cuenta la docente de historia y cofundadora Macarena Silva, el textil es una herramienta muy accesible. "Incluso niños de tres añitos pueden agarrar la aguja y bordar", dice, destacando que el proceso promueve un estado de conciencia que llega a ser "un trance textil".

En la primera etapa del programa, se asociaron con la agrupación "Raíces de Mañihuales" y el Liceo Mañihuales, donde niños, niñas, adolescentes y adultas mayores se reunieron mensualmente para crear un gran tapiz colectivo. Juntos, abordaron la pregunta: "¿Cuál es el corazón de nuestra comunidad?". El proyecto culminó con una exposición en el Museo Regional de Aysén, demostrando cómo una actividad manual puede convertirse en un relato tangible de la identidad local.

El año pasado, la iniciativa se replicó en Bahía Murta, uniendo a artesanas de la Feria Campesina Libre con estudiantes de escuelas locales. A través del arte textil, han explorado su territorio, reflexionando sobre la flora, la fauna, los hitos geológicos y el patrimonio. Este año repitieron la experiencia con la comunidad de Balmaceda. Hasta la fecha, el programa ha logrado trabajar con 40 artesanas y 120 estudiantes.

La labor de Pulso Austral es un ejemplo perfecto de cómo los oficios pueden ser mucho más que una simple habilidad. Son una forma de sanar, de reconectar y de construir comunidad. Nos muestran que el arte es para todos, que la colaboración es el motor del cambio, y que al tejer con nuestras manos, también estamos tejiendo un futuro más fuerte y resiliente para nuestra Patagonia.

Necesitamos un cambio drástico, un cambio de raíz. Nuestros hijos son el futuro, y no solo el de nuestra especie, sino el de nuestra cultura y el de nuestro planeta. El regalo más valioso que podemos darles es enseñarles a usar sus manos, a valorar la sabiduría ancestral de los oficios y a comprender que lo que creamos con nuestras manos es una extensión de nuestro ser. Es hora de redefinir el "lujo" y entender que la verdadera riqueza reside en el conocimiento encarnado, en la conexión con la materia, y en la capacidad de crear y reparar, no solo de consumir. Que las futuras generaciones no solo aprendan a usar la IA para ganar tiempo en el trabajo, sino que también sepan cómo tejerse un par de calcetines para el frío invierno.

 

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* Claudia Wool es artista textil, periodista y viajera. En esta columna reflexiona sobre el valor de los oficios, la sabiduría de las manos y el poder del arte textil para sanar el tejido social. Síguela en su canal de YouTube @diarioviajero2.0


 

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